domingo, 1 de julio de 2007

ACÁ ABAJO

Desde el otro lado de la trinchera me llegó el sonido de alarma. Aviso de abulia, de apatía continuada. Yo lo escucho sin inmutarme. Se asemeja a cierta pretérita exhortación al confinamiento de los sentidos, a una invitación al retiro pospuesta súbitamente. El ruido, para los privados de luminosidad, es una tortura sin descanso, a la que finalmente nos acostumbramos. Y la enfermedad atrae a más seres: secos, lánguidos, ásperos, agrios y resistidos como nosotros.
Acá abajo, en las profundidades violetas del ego amordazado, reina la monotonía. En el mismo momento en que somos concientes de ella nos convertimos en residentes del infierno. Carta de ciudadanía con carnet, por los siglos de los siglos. Todo igual, todo uniforme, todo refractario a cualquier renovación. En este lugar las riquezas se ocultan, los halagos se desprecian, el éxito es insultado con sarcasmo, el corazón se deshidrata. La ansiedad retorna en forma de lucidez. Por eso aborrecemos los espejos. Nosotros lo sabemos. No jadeamos tras las ilusiones. Nosotros lo vemos. Asumimos el magnético horror de la existencia sin conmovernos. No hacemos contubernios con la felicidad. Nos cuidamos particularmente de la ternura, esquivamos con aplomo las falsas máscaras de la inocencia.
Nuestra ley es un colectivo atiborrado de palabras blasfemas que nadie se atreve a pronunciar fuera de estos recintos sin sentirse un estropajo: dudas, frustración, inseguridad, denigración, perversión, fracaso, pecado, hastío, miseria, imbecilidad, incapacidad, odio, ridiculez, indiferencia, fealdad, desprecio.
Aunque suene a excusa, la nuestra es una causa contra ella. Ella, la intermediaria de los poderes celestiales. La puta disfrazada de señora. La conocemos muy bien, acá en estos reductos subterráneos. La fémina más jodida. La cortesana que comercia con la libertad (aunque la libertad sea una quimera para los pusilánimes). Letalidad para el alma, su presencia justiciera. Perversa. Traicionera. Hipócrita. Pero a nosotros no nos asusta. A nosotros nos alienta el desafío de ganarle, cada vez, en cada sitio. A ella y su séquito de preguntas estériles. A ella, la bastarda de cualquier emprendimiento. La madre de las morales y las reglas. El yugo de los cobardes. Ella, la maldita culpa.

2 comentarios:

LORD MARIANVS dijo...

Esto me hizo reflexionar. No es lo mismo decir "Mea culpa" que "Mea, culpa"

Qué increíble el poder de algo tan insignificante como una coma (,) ¿No?

Amperio dijo...

Siempre estoy leyéndola, compañera. Y siempre me deja sin palabras.


UAP.