Me dispuse a pagar el precio.
Abrí vados en el mar, para llegar pronto.
Ajusté los frenos, para que la huida no me tiente.
Y una vez en casa descorrí los cerrojos, para que la luz inundara la habitación
(hilos de savia atravesaron las paredes, instalando el jardín alrededor)
Asombrada por la inesperada fertilidad otoñal, extravié mi aptitud oratoria.
Sonó el gong.
Lo que había que hacer era elegíaco.
Tallé un solo tajo -preciso y profundo- en este pecho.
Sobre la mesa polvorienta, te entregué mi corazón deshilado.
Es que venía estropeado de antes, de su solipsismo milenario.
El gesto expectante se te volvió ceñudo.
Buscabas otra cosa. Un flash de hermosura. Una voluntad rebosante de sonrisas, tal vez.
Con el último suspiro retornó una rosa.
Yo quería quedarme.
Vos ya no.
Separata de una bifurcación.
En el pecho, el tajo. El corazón, añicos.
Ambos cauterizarán, por hábito.
Tras la letanía de monosílabos, enmudeció la noche.
Luna sepia y helada.
Pasó la turbulencia, los relámpagos, el huracán.
Me acomodé en el rincón más sombrío, protegiendo el regazo.
Mi alma se hundió, indefensa, en la más honda de las ruinas.
Me persigné. Recité la triada.
Donde brincaban los rayos del acaso ahora reina un vasto páramo de ausencias.
Aprendí que hay un dolor nuevo.
O una vertiente nueva de Dolor.
Y se aloja en el útero de la racionalidad que todo lo ordena.
Lo que duele es el desentendimiento.
Dolor que hace rechinar los dientes,
que contrae la mandíbula durante el sueño,
que transforma la promesa de caricias en puño cerrado golpeando la pared.
Soy botín y sobreviviente de una guerra que no vi venir, distraída en la fascinación.
Está este paradójico orgullo de haber ganado, de seguir sintiendo con claridad y distinción.
Está la euforia de la renuncia,
el abrazo a esta solitariedad voraz,
para salvarte de mi egoísmo,
resguardarte de mis manías,
libertarte de mis agasajos,
cuidarte de mis intensidades,
apartarte de mi desmesura.
Está lo que hay:
lo mío, que ni robé ni mendigué,
altivez de lo propio.
Y está lo que quedó:
área desvastada por la lucha,
ejércitos intactos para nuevas escaramuzas.
auna curda recalcitrante de grapa vencida mezclada con ruda macho
auna consecuente resaca de incoherencias, que te haga sentir vivito y coleando
aque se te caiga al inodoro taponeado el reproductor de mp3, justo después de haber bajado en él el cd de Ileana Calabró
aque se te reseque el estofado en la cacerola de aluminio, y se te llene el monoambiente de olor a coliflor
aque, al patear el balde, el agua lavandina se derrame en el parquet recién encerado, formando una mancha con forma de garcha enorme, fláccida y gonorreica
aflatulencias de dudas formando una hoguera, donde se quemen los dos volúmenes de interpretación de los sueños con sus números correspondientes para jugarlos a la quiniela, tus zonas erróneas, el manual de zonceras argentinas, los últimos tickets canasta del mes, la tarjeta Maestro, el carnet de AMSAFE, y la colcha tejida al crochet por tu abuela
aque arrojes el control remoto por el balcón, rompiéndole el vidrio al almacenero de abajo
aque la pc se te intoxique con el virus del wallpaper de las ranitas de Budweiser
aconstipación y diarreas, alternadas con ataques de pánico al tereré.
¿¡¿y qué mierda te pasó ahora, tarada?!?
Tu alarido seco del suroeste hará temblar el Cementerio de los Elefantes, dilatando ad infinitum mis orejas de gnomo atento. Entonces sucumbiré, tiraré por la borda tantos siglos de terapia lacaniana, trotaré a tu encuentro, babeando, renovando en mis partes pudendas el goce prístino, y seré tuya por toda la eternidad.
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