viernes, 14 de septiembre de 2007

APOCATÁSTASIS

Un profesor de Teodicea solía insistir en que la gracia divina no es un mero agregado a la naturaleza humana ("la frutillita del postre" era la imagen que usaba para explicarlo), si no que la restaura en su totalidad por medio del acto redentor de Jesucristo.
A mí el argumento nunca me convenció mucho, quizás porque ya entonces mi fe andaba trastabillando (eso hubiera concluido él, que adhería a la postura tomista de creencia y razón armonizadas y reconciliadas; yo siempre me sentí más acogida por el Credo quia absurdum atribuido a Tertuliano). El tipo (dirigente de un influyente movimiento de la Iglesia Católica) lo repetía hasta volverse realmente denso para mi escasa paciencia de 22 años; el resto de mis compañeros asentía obsecuentemente mientras yo me hundía en las sombras de la marginalidad intelectual, como si fuera una estudiante reclusa o el elemento exótico entre los aspirantes a filósofos.
La academia donde trascurrían mis molestias era la facultad de filosofía de una universidad católica. Si hubiera sido una alumna obediente y dócil, ahora estaría doctorada en hipocresía, como la mayoría de los egresados de ahí (eximo de tal rótulo a los titulares de filosofía medieval y filosofía moderna: el primero falleció, el otro abandonó la docencia formal y se dedica a hacer esculturas con cantos rodados y enseñar filosofía a personas de la tercera edad).
Años después, probé la misma carrera en otra institución estatal, pero también me hastié (aunque el proceso no fue tan traumático). En esta oportunidad, hablé por primera vez de mis confusiones con el profesor de estética, que me señaló un camino ríspido y solitario como el conveniente a mis inquietudes y aconsejó: "decida lo que decida, no abandone la filosofía. La filosofía es acogedora".
Como si no fuera conciente de que en esta relación con el saber la neurótica, ácida e histérica soy yo.
Sin embargo, siguió rondándome aquel viejo asunto teológico. Mi naturaleza humana machucada en todos sus contornos no dejaba que lo olvide.
Creo que voy dándome cuenta de qué se trata: mi vulnerabilidad es altamente inflamable, y al penetrar en ella la gracia omnisciente se derrite como crema candy, perdiendo eficacia. Si me encontrara con el viejo profesor de teodicea le espetaría eso, y de yapa esto otro: "andá a vender a otro lado tu catálogo trucho de Comunión y Liberación, farsante. Que yo prefiero quedarme con mi patética infelicidad lúcida".
···
[escribí la anécdota sólo para ponerle de título mi palabra griega favorita: por cómo suena, no por su significado. Así que ya les aclaro cuál es lo verdaderamente importante en este registro]

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Casi adolescente y arrianista. Un peligro

JOKERMAN dijo...

Lo más acogedor en nuestra propia oscuridad.

Alyxandria Faderland dijo...

No es mi caso con la filosofia, pero tampoco me sale mucho la hipocresia, soy de las disimulo cero. Al mentado profesor lo hubiera mandado al carajo -digamos dos turnitos en el barril de la corbeta Uruguay en un dia frio y de llovizna- con eso de la fe.
Por cierto, su extasis mistico ya lo subi, veremos si le arreglo un poco la puesta en escena, alguna fotito, algo, ahora que me puedo sentar mejor. Quiero decir que el dolor me deja sentar mejor.

Anónimo dijo...

El rengo Anibal siempre fue especialista en Incautos e Incapaces..gozará de la misma diatriba el querido Narigón?

GISOFANIA dijo...

no te aflijas: el narigón tiene cintura para escaparle a la opinión dilapidaria de los alumnos impertinentes. lo cual, desde mi perspectiva pedagógica, es una real lástima.

Anónimo dijo...

Entonces volvemos al sofista de la Costanera, el fundamentalista de Rimini, a la final...(?)

GISOFANIA dijo...

Husserl aconsejaría "volver a las cosas mismas".
los intermediarios son siempre un estorbo...SAPERE AUDE