sábado, 29 de marzo de 2008

CAMBIAR

Reformarse es vivir... Y, desde luego, nuestra transformación personal en cierto grado, ¿no es ley constante e infalible en el tiempo? ¿Qué importa que el deseo y la voluntad queden en un punto si el tiempo pasa y nos lleva? El tiempo es el sumo innovador. Su potestad, bajo la cual cabe todo lo creado, se ejerce de manera tan segura y continua sobre las almas como sobre las cosas.
...Cada uno de nosotros es sucesivamente, no uno, sino muchos. Y estas personalidades sucesivas, que emergen las unas de las otras, suelen ofrecer entre sí los más raros y asombrosos contrastes.
... ¿Desde qué día dejaste de creer? ¿En qué preciso día nació el amor que te inflama? Pocas veces hay respuesta para tales preguntas. Y es que cosa ninguna pasa en vano dentro de tí; no hay impresión que no deje en tu sensibilidad la huella de su paso: no hay imagen que no estampe una leve copia de sí en el fondo inconsciente de tus recuerdos; no hay idea ni acto que no contribuyan a determinar, aún cuando sea en proporción infinitesimal, el rumbo de tu vida, el sentido sintético de tus movimientos, la forma fisonómica de tu personalidad. El dientecillo oculto que roe en lo hondo de tu alma; la gota de agua que cae a compás en sus antros oscuros; el gusano de seda que teje allí hebras sutilísimas, no se dan tregua ni reposo; y sus operaciones acordes, a cada instante te matan, te rehacen, te destruyen, te crean... Muertes cuya suma es la muerte; resurrecciones cuya persistencia es la vida. ¿Quién ha expresado esta inestabilidad mejor que Séneca, cuando dijo, considerando lo fugaz y precario de las cosas: "Yo mismo, en el momento de decir que todo cambia, ya he cambiado"?. Perseveramos sólo en la continuidad de nuestras modificaciones; en el orden, más o menos regular, que las rige; en la fuerza que nos lleva adelante hasta arribar a la transformación más misteriosa y trascendente de todas...Somos la estela de la nave, cuya entidad material no permanece la misma en dos momentos sucesivos, porque sin cesar muere y renace de entre las ondas: la estela, que es, no una persistente realidad, sino una forma andante, una sucesión de impulsos rítmicos, que obran sobre un objeto constantemente renovado.
Hombres hay, muchísimos hombres, inmensas multitudes de ellos, que mueren sin haber nunca conocido su ser verdadero y radical, sin saber más que de la superficie de su alma, sobre la cual su conciencia pasó moviendo apenas lo que del alma está en contacto con el aire ambiente del mundo, como el barco pasa por la superficie de las aguas sin penetrar más de algunos palmos bajo el haz de la onda. Ni aún cabe, en la mayor parte de los hombres, la idea de que fuera posible saber de sí mismo algo que no saben. ¡Y esto que ignoran es, acaso, la verdad que los purificaría, la fuerza que los libertaría, la riqueza que haría resplandecer su alma como el metal separado de la escoria y puesto en manos del platero!... Por ley general, un alma humana podría dar de sí misma más de lo que su conciencia cree y percibe, y mucho más de lo que su voluntad convierte en obra. Piensa, pues, cuántas energías sin empleo, cuántos nobles gérmenes y nunca aprovechados dones... ¡Cuántos espíritus disipados en estéril vivir, o reducidos a la teatralidad de un papel que ellos ilusoriamente piensan ser cosa de su naturaleza; todo por ignorar la vía segura de la observación interior; por tener de sí una idea incompleta, cuando no absolutamente falsa, y ajustar a esos límites ficticios su pensamiento, su acción y el vuelo de sus sueños! ¡Cuán fácil es que la conciencia de nuestro ser real quede ensordecida por el ruido del mundo, y que con ella naufrague lo más noble de nuestro destino, lo mejor que había en nosotros virtualmente! ¡Y cuánta debiera ser la desazón de aquel que toca el borde de la tumba sin saber si dentro de su alma hubo un tesoro que, por no sospecharlo o no buscarlo, ha ignorado y perdido!
José Enrique Rodó, Motivos de Proteo

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