Superficialmente calma.
Pero él sabía que metros más abajo bullía su inextricable esencia.
Había que saber mirar, simplemente. No era algo que una primera vista pudiera otorgar sin retaceo. Por más sensibilidad que se tuviese.
Ladeó el rostro prolijamente rasurado hacia el oeste, desde donde venía el viento, y resopló.
Lo hizo con resignación.
Se levantó el cuello del abrigo de impecable corte inglés y dio algunos saltitos ligeros, como para desentumecerse.
Lo que se abría delante de su figura inerme era la metáfora más perfectamente lograda de su propia personalidad, arisca y arrogante.
Insostenible argucia, vocación exasperada por la hermenéutica.
En la fenomenología de su vida nunca había logrado realizar la más mínima suspensión de juicio. Y quizás debido a ello seguía perturbándose con facilidad, igual que cuando era un adolescente.
Al alba había soñado con grullas.
Grullas estáticas, grullas inclinadas hacia el agua, grullas volando a ras de los juncos orilleros, grullas acercándose sigilosamente por la playa desierta. Grullas solitarias, grullas en bandadas, grullas de colores pasteles, grullas místicas.
No se preguntó por qué.
Lejos del hastío.
Lejos de los hábitos.
Lejos de toda contención.
Lejos.
2 comentarios:
Sé que es una perogrullada , pero bonito texto
bienvenido, celebro que le haya gustado
Publicar un comentario