En el uso del hombre se fatiga el silencio.
Las rutas envejecen con el paso del hombre.
¡La luz abrió sus párpados un día!
El sol gimnasta pudo saltar la cuerda floja
de un horizonte niño.
Sobre el navío errante de las noches
el Milagro calzó grandes botas piratas.
Un dios-viento solía desmontar junto al hombre
y ataba su caballo de música en la tierra:
contrabandista de pájaros
o arriero de tormentas,
contó sus episodios en la ruta del aire.
Nombraba lejanías durmientes en cunas de estupor,
sin desflorar aún y deseosas de una torpe violencia.
el mar enfático, inventor de génesis,
y un Secreto que ansiaba deshojarse
igual que una rosa bien madura de amor...
Pintaba silencios curvados en sed de gritos.
Una gran soledad que tendía sus ramas
hacia los cuatro puntos cardinales del sueño.
Y una tierra en cuyos ojos lucientes
colgaban las últimas gotas de la Primera Noche...
El viento fue la tentación del viaje:
Zumbaban los planetas como siete moscas;
a los pies del hombre yacía intacto el carretel de la distancia;
y los ríos dijeron ya sus ripiosas verdades
con las barbas proféticas al sol.
Así los hombres músicos
encordaron la tierra de caminos:
¡Mástil empavesado de mañanas!
¡Caballos que redoblan lejanías!
El silencio juntó las pisadas del mundo...
En el corazón del silencio
los hombres hunden sus cantos.
El silencio es la rama
Y entonces,
de pie, gesticulando como un dios,
apretará su hinchado corazón el silencio,
fruto de todas las palabras muertas.
El mar extenderá sus puños de agua
sobre una floración de ciudades atónitas.
Viejo trompo sin niños,
en un rincón de noche se detendrá la tierra.
Y un dios color de algas
ha de amasar el barro de otro mundo sin voces
ante una gran frescura de diluvio...
(Megafón o de la guerra, 1970)
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