jueves, 28 de febrero de 2008
ESENIO
viernes, 22 de febrero de 2008
INCONCLUSIONES
Igual parece a los eternos Dioses / quien logra verse frente a tí sentado. / ¡Feliz si goza tu palabra suave, suave tu risa!
A mí en el pecho el corazón se oprime / sólo en mirarte; ni la voz acierta / de mi garganta a prorrumpir, y rota / calla la lengua.
Fuego sutil dentro de mi cuerpo todo / presto discurre; los inciertos ojos / vagan sin rumbo; los oídos hacen / ronco zumbido.
Cúbrome toda de sudor helado; / pálida quedo cual marchita hierba; / y ya sin fuerzas, sin aliento, inerte, / muerta parezco.
[SAFO de Lesbos, 650-580 a.C.]
La soledad es un viaje de ida (...)
lunes, 18 de febrero de 2008
POR VENTANILLA
Todo el fin de semana pensando en mí. Su parquedad fue mi excusa. Quiero lograr un automatismo despojado de estilo; me propuse la eficiencia. Un show mediático exige demasiado glamour. Mi autoanálisis se asemejará a esos mostradores de oficinas públicas, con su planilla de preguntas frecuentes y respuestas precisas. Operatoria robótica, desafectada. Donde lo resuelto se archiva en la oscuridad subterránea, la burocracia asesina las indefiniciones y lo reflexivo no traspasa el umbral de las puertas giratorias. Anaqueles atiborrados de asuntos prescriptos. Horarios rotativos. Vacaciones planificadas. Simplificación de los trámites, a efectos de informar al interesado sobre lo imposible de esperar. Firuletes en huelga . Valores cenicientos.
Como no puede esquivarse cierta exposición, la mía resultará deslucida. El desinterés es general y evidente ¿para qué forzar expectativas? No hay arrojo para las existencias insulsas, formateadas por la rutina. Globalización del tedio.
Desperdigaré en las hojas de un diario virtual los suspiros de la propia ausencia. Como hace el impacto de la bala en el cráneo, cuando el arma fue escrupulosamente calibrada.
Probablemente construya, a fuerza de registraciones mecánicas, la teleología de los inmerecidos: una doctrina ortodoxa sin augurios de paraíso.
jueves, 14 de febrero de 2008
APUNTES PARA EL DÍA V.
Siempre me ha parecido ridícula esa idea de que la mujer sería el futuro del hombre. Viniendo de un poeta que se ha afanado en encontrar el camino de los niños varones desde la desaparición de su mentor hembra, creo incluso que ese verso convertido en muletilla no carece de gracia...
¡Qué no haríamos para convencernos de que amamos cuando nos conformamos con obedecer las meras órdenes de la naturaleza! Incluida allí una letanía de poemas dedicados a los cantores de fiestas populares o de colegiales que cuentan los pies y transpiran -y no a la inversa- en la clase de versificación... En las bases del buen gusto, el amor -o aquello que se hace pasar por él- merece perpetuidad...
Porque las mujeres no son ni el futuro, ni el pasado, ni el presente de los hombres. ¡Qué idea extraña y descabellada! Demasiados siglos cristianos han enseñado que ellas no son nada, menos que la nada, la hez de la humanidad, sin alma, indignas de consideración, pecadoras, incitadoras y otras sandeces. Nos equivocaríamos si creyéramos que oponiéndonos sistemáticamente a esta extendida ideología decimos cosas inteligentes: la oposición a una estupidez punto por punto corre fuertemente el riesgo de ser también una estupidez...
De allí una invitación a pensar las citas y su correlato ideológico (las mujeres serían mejores en política que los hombres, aportarían aire fresco a este universo nauseabundo, tendrían éxito allí donde los hombres fracasan, etc.) como una forma hábil y nueva de seguir despreciando a las mujeres. Si ellas son absolutamente nuestras iguales, cosa que creo, hacen mal aquello que los hombres hacen mal: el poder las corrompe en igual medida, la retórica las habita del mismo modo, la demagogia las anima con la misma constancia, las resignaciones las acompañan, las promesas no cumplidas, etc.
Allí donde la realidad, por su naturaleza, disminuye a los hombres, afecta del mismo modo a las mujeres. Cuando los machos son inútiles, las hembras también lo son -ni más ni menos-. La igualdad supone el fin de la discriminación tanto negativa, la antigua, como la positiva, la nueva, la moderna, la que está de moda. Ni misoginia ni falocracia, desde luego, pero tampoco ginefilia o vaginocracia. El hombre no es el futuro de la mujer; la mujer no es el futuro del hombre. Intrínsecamente, las mujeres no aportan nada que los hombres no hagan ya. Salvo si se piensa que ellas son suaves por naturaleza, finas, gentiles, pacifistas, que tienen sentido del matiz allí donde los hombres serían duros, pesados, gruesos, malvados, belicosos y actuarían como bulldozers. Si nos resignáramos a semejante visión del mundo, habría que añadir que los negros tienen sentido del ritmo, que los judíos aman el dinero, que los asiáticos son pérfidos y los árabes genéticamente delincuentes... y los corsos biológicamente holgazanes...
Que las mujeres desconfíen: cuando los hombres sostienen discursos tranquilizadores sobre ellas, esconden a menudo el deseo de seducirlas y limitarlas mejor. El azúcar poético envuelve maravillosamente la punta embebida de curare con la cual el macho apunta a su presa con la certeza de no errarle. Cupido no es un angelito inocente, sino un cazador sin fe ni ley. Unas veces entona versos y adquiere la forma de Jean Ferrat cloqueando con los poemas de Aragón... Otras se oculta tras la pluma de un filósofo y redacta su misiva para Córcega... Que las mujeres dejen de pensar que su plenitud pasa por la maternidad o el casamiento, puesto que supone la exacerbación de su subjetividad, y serán el futuro de ellas mismas, el único que realmente importa.
lunes, 11 de febrero de 2008
LA FUNCIÓN
Desde un palco destinado a tal fin, los críticos se mofan.
jueves, 7 de febrero de 2008
extensio animi
Antes que unas cartas en borrador/que la sospecha adolescente/que los guantes sobre el cofre/que máscaras sin disfraz.
Antes que hectáreas desbordadas/que el imperio del olvido/que la ocurrencia de la hipóstasis/que la sed por la ovación.
Antes que las fobias/que el asesinato en serie/que esos manuscritos codiciados/que el Che fumando habano.
Antes que tatuajes góticos/que ingenuidad, tópicos, pistas/que altares de oblación/que seco el jardín (zen).
Antes que la sagacidad del jaguar/que la última esfinge/que errabundos/que el vino y sus ceremonias.
Antes que un tren a las nubes/que holocausto, proscriptos, Academia/que el violín de Florián Paucke/que los golfos, el granizo.
Antes que el péndulo y el nirvana/que antioxidantes o caderas/que el hueco en el destino/que adversus metáfora.
Antes que la gota de rocío/que campamentos bandeirantes/que el plano del hades/que un plenilunio para Govinda.
Antes que la plaza pública/que ostracismo y agoreros/que tus ulceraciones/que mi Sitcom.
Antes que la cruz, la rosa, el maíz/que el hilo en el laberinto/que la traición memorable del discípulo/que un exilio picnic en Arabia.
Antes que la eternidad de la canela/que el poder matriarcal/que sugestión y parsimonia/que la neblina cubriendo los pantanos.
Antes que el silencio del verdugo/que saudade/que las excusas repetidas/que un saxo al amanecer.Antes que cada adivinación/que Chichén Itzá con sus bóvedas/que el vientre infértil/que apócrifos manifiestos.
Antes que una asonada al alba/que los dedos entintados/que el temor de dioses/que el faro en la montaña.
Antes que santo paráclito/que rasgar las vestiduras/que el suspiro del felino/que arcabuceros en huelga.
Antes que la urgencia/que hálitos de vida/que resignarse bajo amenaza/que el sorpresivo desdén.
Antes que gramáticamente correcta/que Oktoberfest, haka, yerba mate/que los gránulos de mica/que la chispa temblorosa en sus pupilas.
Antes que éxtasis in jazz/que la decisión de Abelardo y Eloísa/que incapacidades afectivas/que apresurándome.
As time goes by (Rod Stewart con Queen Latifah)
Pensaba que la guerra era infinita
como los mundos y el azar
que una tumba vacía abría surcos de justicia
promesa para el alma derrumbada.
Creía en la restauración universal
por obra de la luz del conocimiento
redención, bautismo [alquimia]
Tríadas. Atajos.
Me deleitaba en la sonrisa distraída
en el fluir de los eventos
enigmas lúdicos
vulnerabilidad paradigmática
contundencia del acá soy.
Antes todo suspensivo
siempre nada del origen
Bronce. Llamas. Almizcle.
La canción inmortal.
Fascinación.
lunes, 4 de febrero de 2008
SATURNALIA
Si como es verdad lo primero, lo fuera también lo segundo, con qué gusto nos envolveríamos en un portier, nos pondríamos aunque no fuese más que la mano por delante de los ojos, y fingiendo la voz para que el señor Bugallal no nos conociese, le daríamos una broma a alguno de los hombres que ocupan el poder.
Pero la condición de los escritores es peor que la de los esclavos.
A ellos, en la antigua Roma, les era permitido en esta época desquitarse del silencio y las humillaciones de un año en un día de libertad sin límites.
Durante ese día arrojaban impunemente al rostro de sus dueños toda clase de acusaciones; se mofaban de sus ridiculeces y, reprochándoles sus vicios y haciéndoles oír una vez al menos el áspero lenguaje de la verdad, acaso les enseñaban la única senda que debieron seguir y de la que, ciegos con el humo de las lisonjas, se habían extraviado.
A nosotros ni aún este sueño de libertad se nos permite; y es lástima, porque un día, un solo día de máscaras para la prensa, y el gobierno oiría muchas verdades que acaso le fuesen útiles, y el país muchas cosas que sin duda le sirvieran de una gran lección.
Ya que no es así, ya que nosotros no podemos disfrazarnos vamos a abrir los balcones de nuestra redacción para ver a los que se disfrazan; tal vez el espectáculo de tanta alegre locura nos sugiera el pensamiento para un artículo sobre el carnaval, que es lo que por ahora nos hace falta en primer término.
Desde los balcones se ve el Prado, y en verdad que la decoración que se descubre a través de sus cristales es bien poco adecuada al espectáculo que se va a representar a nuestros ojos.
Si como son el acaso, la naturaleza y la estación los maquinistas que disponen la escena, fuese el último tramoyista del teatro más de mala muerte, aún no le perdonaríamos la impropiedad. Un cielo gris, tristísimo y opaco sobre el que flotan algunos sueltos jirones de nubes oscuras. Un tapiz de lodo, interrumpido a cortas distancias por sucios charcales en cuyas cenagosas aguas caen las anchas gotas que preludian un aguacero terrible, produciendo al caer un ruido monótono, igual y extraño, que crispa los nervios; algunos árboles descarnados, cuyas desnudas ramas se agitan al soplo glacial del aire y parece que tiritan de frío, y en el fondo, rodeado de altos cipreses negros y melancólicos, como todo el panorama que descubre la vista, una tumba: el Dos de Mayo.
He aquí el aparato escénico de la gran comedia que va a representarse. ¿Y es posible que en este punto se hayan dado cita la locura y el carnaval para renovar su eterno pacto de alianza?
¿Es posible que en este punto deban aguardarles, ya en carretelas lujosas o en alquilones desvencijados, ya en potros voladores o en rocines moribundos, ya caracoleando jinetes en el palo de un escobón, o a pie y empujándose como las olas del mar, las mil y mil figuras grotescas que le sirven de séquito?
Las descompuestas voces de la embriaguez, las estridentes carcajadas de la locura, los breves monosílabos de las promesas, las cortesanas frases de los galanteos, las rápidas palabras de las citas, los discordantes ecos de las músicas, el incesante son de las chanzonetas, el hervidero confuso de la multitud oscura y apretada, entre la cual surcan, por aquí una figura grotesca, por allá un mamarracho imposible, por acullá una Comparsa que culebreando entre el gentío parece una serpiente monstruosa de abigarrados colores, ¿van a resonar en esta atmósfera nebulosa y fría? ¿Van a confundirse con esos tristes gemidos del viento que azota los cristales de nuestro balcón y parece como que se queja y llora alrededor de aquella tumba, agitando sus oscuros y altos cipreses? No. Hemos debido equivocarnos; nuestros balcones dan al Prado, en efecto, pero ése no es el mismo Prado de siempre.
Aún nos acordamos de otros carnavales, cuando lo cruzábamos sobre una yegua más ligera que el viento. El sol hería la nube de polvo que levantaban las ruedas de los carruajes y el casco de los caballos, fingiendo a nuestros ojos como una gasa de oro, a través de la cual veíamos agitarse, rico de colores y de luz, un océano de cabezas alegres, de trajes brillantes y de máscaras bulliciosas e inquietas. Todo saltaba y reía a nuestro alrededor. Las carretelas, llenas de hermosas y rebosando sedas y encajes, parecían ambulantes bouquets de mujeres que, como las flores llaman a las mariposas, provocándolas a posarse en sus corolas de fuego impregnadas de perfumes, nos llamaban a sí con sus miradas y sus sonrisas. Mil veces cruzamos entonces el anchuroso paseo y nunca reparamos en ese sombrío monumento, o si nuestros extraviados ojos se fijaron un instante en él, nos pareció un jardín, un parterre, cualquier cosa menos un sepulcro. ¿Por qué lo hemos visto hoy...?
El aire sigue silbando entre las desnudas ramas de los árboles; las nubes, oscuras y tempestuosas, se amontonan en el cielo, y la lluvia cae menuda y helada como un rocío de nieve.
Inútilmente buscamos la multitud que a estas horas debía llenar el ámbito del salón. Todo está desierto. ¡Pobre carnaval! Hasta el cielo se conjura contra tí. En vano corres de un punto a otro, agitando tu cetro de cascabeles. Al oír tu voz aguda y chillona, el hombre de negocios levanta la cabeza, te ve pasar y sigue haciendo números en su cartera. La juventud, grave ya y filosófica antes de sazón, se encoge de hombros al verte dar saltos y hacer piruetas inútiles, y se sonríe y te compadece. ¡Pobre carnaval!
En vano has llamado a las puertas de Roma, la ciudad clásica para tus fiestas; el pueblo se ha reunido en el Foro, pero no alegre, bullicioso y llamado por el repiqueteo de tus sonajas, sino grave como sus ruinas, silencioso como sus sepulcros y convocado por incógnitos agitadores de una revolución terrible; y has tenido que huir. ¿A dónde? ¿A Venecia? ¿Al seno de la desolada reina del Adriático, donde antes tenías mil palacios por trono y todo un pueblo, ebrio de placeres y goces, por vasallo? No; no vayas allí. Las góndolas, vacías, se balancean amarradas a los postes de Rialto, con cadenas de hierro que al moverlas el agua parece que gimen. Ni una antorcha refleja en el mar su larga cabellera de chispas; ni se oye una voz, ni el acento lejano de una música. ¡Pobre carnaval! ¡Pobre Venecia...!
Pero la noche se va acercando; la lluvia no azota ya los cristales de nuestros balcones; allá, a lo lejos, se ven moverse entre la azulada niebla algunos bultos negros que van y vienen en direcciones distintas: son carruajes, una larga hilera de carruajes cerrados que semejan el fúnebre acompañamiento de un duelo. Algunos jinetes cruzan y vuelven a cruzar, al parecer envueltos en blancos sudarios que flotan con el viento en su rápida carrera. Unos y otros diríase que buscan algo que no hallan; diríase que parodian el movimiento, la animación y la alegría, queriendo engañarse y hacerse la ilusión de que se divierten, sin conseguirlo. En balde suben y bajan, vienen y van; en balde dan el espectáculo; no hay espectadores. El salón está vacío. El curioso vulgo que asiste a pie y forma una muralla humana alrededor de los actores de la gran farsa, ni aun teniéndolas gratis ha querido ocupar sus localidades.
¿Y es éste el carnaval? No: el carnaval ha muerto. ¿No conocéis la tradición de las Wills, esas jóvenes, amantes locas de la danza, que muertas en el día de sus bodas, se levantan aún en el silencio de la noche para seguir bailando alrededor de sus sepulcros a la luz de la luna?
El carnaval ha muerto; pero, como ellas, se levanta aún de su tumba para bailar en un baile mudo, de una mímica grotesca y horrible a un tiempo, en el que sólo se oye el crujido de sus choquezuelas descarnadas... Ya es de noche; todo es sombras, nieblas y silencio profundo; parece que los fantasmas se han vuelto a hundir en la tierra de donde se levantaron por un instante. A lo lejos se ven correr algunas luces rodeadas de un círculo de niebla luminosa; son las de los carruajes que huyen en opuestas direcciones. Parecen fuegos fatuos que vagan sobre un campo de muerte...
Pero, cierra el balcón, echa un par de troncos en la chimenea: esta noche hay bailes, pero nosotros no queremos bailar ni nadie tampoco. ¡Bailar! Bastante hemos bailado ya en este mundo; hora es de dejar a otros el puesto en la cuadrilla.
¡Qué hermosa está la lumbre! No traigas luz: queremos ver bailar nuestra sombra y las sombras de los muebles sobre los muros, donde se proyectan vacilando, a compás que vacila la roja llama de los troncos que saltan y crujen al encenderse.
Esta noche cenamos tempranito y nos metemos en la cama como unos bienaventurados.
El no ser calavera, ¡qué triste, pero qué cómodo es!
Post scriptum: El cielo está azul, el sol derrama un mar de lumbre sobre la coronada villa, cien murgas rasgan el aire puro y diáfano con sus ruidosos acordes, un zumbido semejante al de un enjambre de abejas llega hasta nosotros, el carnaval pasa por delante de nuestra puerta agitando su cetro de cascabeles y llamándonos con su voz de clarinete destemplado. El carnaval no ha muerto... ¡Viva el carnaval!
Está visto que cuando se oscurece el cielo se oscurece nuestra alma, y cuando se entristece nuestro corazón hasta los que se ríen se nos figuran que se quejan.
Pedro, trae un miriñaque, un miriñaque espantoso, una falda de seda y una capota. Vamos a vestirnos de mujer, y al diablo las filosofías. «Máscara, ¿me conoces?».
Publicado en "El Contemporáneo" del 5 de marzo, 1862