Pero, ¿qué cartas son ésas, Lou? Las colegialas irritadas escriben así. ¡Qué tengo yo que ver con esas miserias! Compréndame: deseo que se eleve usted ante mí; no quiero que se disminuya aún más.
Sólo le reprocho que tardase tanto en darse cuenta de lo que yo esperaba de usted. En Lucerna le di a usted mi ensayo sobre Schopenhauer, diciéndole que mis puntos de vista esenciales estaban en él, y creyendo que ellos serían también los suyos. Entonces debería usted haber leído y dicho: No (en tales materias, odio toda superficialidad). ¡Me habría usted ahorrado muchas cosas! Su poesía Dolor, escrita por usted, es una profunda contra-verdad.
Creo que nadie piensa de usted tan bien, y tan mal, como yo. No se defienda usted: ya la he defendido yo ante mí y ante los demás mejor de lo que usted misma podría hacerlo. Las criaturas de su especie no son soportables para los demás sino cuando tienen un fin elevado.
¡Qué pobre es usted en veneración, en reconocimiento, en piedad, en cortesía, en admiración, en delicadeza! (Para no hablar de cosas más altas) ¿Qué contestaría usted si yo le dijese: Es usted valiente? ¿Es usted incapaz de traición?
Entonces: ¿no comprende usted que, cuando un hombre como yo se acerca a usted, necesita hacerse con una gran violencia?... Ha tenido usted relaciones con uno de los hombres más generosos, más benéficos que existen: pero, contra los pequeños egoísmos y las pequeñas flaquezas, mi argumento, sépalo bien, es la repugnancia. Nadie tan rápidamente vencido por la repugnancia como yo.
Todavía no me he hecho ilusiones sobre nada; he visto en usted ese sagrado egoísmo que nos obliga a servir lo que hay de más elevado en nosotros. No sé por qué maleficio ayudada, usted lo ha trocado por su contrario: el egoísmo del gato, que sólo quiere la vida…
Adiós, querida Lou, ya no la veré más. Guarde su alma de semejantes acciones y logre con otros lo que conmigo es ya irreparable.
No he leído su carta hasta el final, pero, de todos modos, leí demasiado.
Suyo,
F.N.
(borrador de una carta a Lou Salomé escrita en 1882)
¿Quién continúa leyendo los signos que un día el amor grabó, los pálidos signos?
Todo lo que es profundo ama la máscara.
de Más allá del bien y del mal, 1885